17.7.06

Dos mujeres

A la primera mujer la ví caminando hacia el bus. Tenía un pelo brillante y perfecto que se balanceaba rítmicamente con su andar apretado de tacones afilados, y unas piernas delgadas forradas en un incólume pantalón blanco. Caminaba con una mano sosteniendo un celular y la otra agarrando con firmeza una cartera que hacía juego con los zapatos. Al subirse al bus pude verle la cara, si bien no muy bonita, bien compuesta. Maquillada con esmero, la nariz puntuda probablemente operada, las cejas dibujadas con precisión, y cierta dureza en su expresión de mujer exitosa pasando la treintena.

En el transmilenio viajaba otra mujer. Era muy joven, casi una niña, y llevaba en su regazo un bebé cubierto de picaduras, mugre, rastros de comida y una chaqueta rosada sucia. La niña-madre tenía el cabello largo, desordenado y opaco, y de sus orejas pendían brillantes latas azules. Tenía una cara bonita, amargada y sucia. Su ropa estaba gastada, llena de motas y manchas, y su cartera infantil carecía ya de color. Era como si la maternidad la hubiera atropellado y aún no pudiera salir de su asombro.

Justo en el instante en que las miradas de las dos mujeres se cruzaron, el bus arrancó con brusquedad cerrando el abismo y quebrando los invisibles hilos de anhelos callados que se alcanzaron a dibujar en ambos rostros.