8.9.10

el siglo del miedo


"El siglo diecisiete fue el siglo de las matemáticas, el dieciocho de las ciencias físicas, el diecinueve de la biología. El siglo veinte es el siglo del miedo. Usted puede decirme que el miedo no es una ciencia. (...) si acaso el miedo no pueda considerarse una ciencia, es indudable que se trata de una técnica".

Lo dijo Albert Camus en 1948, y en la primera década del siglo XXI podemos constatar el efecto que tiene sobre nuestras vidas esta dominante técnica o arte (como lo añade Virilio en su libro Art As Far As The Eye Can See).

En un lugar como este, el miedo está instalado como en su casa. Lo invocamos en cada acto cotidiano, cuando tememos bajar por el parque después de las 5:00p.m., nos incomoda que nos hable la gente en una fila, preferimos llamar al radio taxi así se demore horas, salimos cada vez menos de fiesta, odiamos la idea de dejar la casa, nos aterra andar en bus, y lo pensamos varias veces antes de irnos caminando por la calle.

El miedo más popular en este lugar es el miedo al robo. A mí ya me han robado lo suficiente como para saber que no es infundado, que la posibilidad de perder las posesiones valiosas a manos de otros es muy alta. He oído también numerosas experiencias ajenas que corroboran la probabilidad de que sea más terrible el suceso que la pérdida en sí de las posesiones. Y aún así, hoy me sorprendí mucho al tener que enfrentar dos situaciones seguidas donde el miedo era el gerente, rey, verdugo y veedor de todo lo que sucedía.

La primera situación tiene que ver con unos aparatos muy caros. La institución donde trabajo compró unos equipos muy finos para dictar unas clases. Yo dicto una de esas clases. Para cumplir con los objetivos del curso, necesitamos utilizar los finos equipos. Pedirlos prestados ya fue difícil, obtener los permisos y las llaves fué problemático, pero al final logramos hacer la clase con los dichosos equipos. Sin embargo, hacia el final de la sesión las autoridades nos pidieron revisar las maletas de los estudiantes porque no se había hecho inventario y quién sabe qué se podrían haber robado. Me sentí muy triste al ver la sorpresa de los estudiantes, que en su estupor no podían ni sentirse ofendidos. Luego me sentí triste porque la institución educativa al imponer esta vigilancia está dándole un valor exagerado a los finos equipos, por encima del valor de las estrategias pedagógicas y de la experiencia de aprendizaje de los estudiantes. Porque al darle esta importancia a las posesiones caras lo único que hacen es alimentar por un lado, el deseo de posesión que impulsa al robo, y por el otro, aumentar el miedo y la desconfianza como bases de una sociedad punitiva e infeliz, que se deja gobernar por los más ladrones de todos y se trata mal a sí misma, como si hiciera falta.

El segundo suceso tiene que ver con una sombrilla rota que dejé secando en una esquina, afuera del salón para evitar que alguna gota tocase los finos equipos. Desapareció. Vino corriendo un vigilante a decirme que se la había llevado a la oficina de objetos perdidos, porque si se la llegaran a robar y yo me quejara, él perdería su puesto, y esto, claro, le da miedo.

Qué mierda.