9.2.13

El malo conocido

De pronto la noción de amistad está sobrevalorada. Hay muchas tarjetas, mugs y presentaciones de power point que señalan su importancia con frases irrebatibles e imágenes de tiernos gatitos arrunchados o, aún más, de un tierno gatito abrazando un tierno perrito, superando por medio de la amistad su antagnonismo ancestral, todo enmarcado en un atardecer de cálidos colores.

Fue necesario atravesar la adolescencia para aceptar que estaba bien no tener una mejor amiga, que podía ser amiga de muchas personas sin darle exclusividad ni preferencia a una sola. Ahora en la edad adulta tengo unos seres que son indispensables para mi existencia, cada cual a su manera. Y también paso mucho más tiempo del que me gusta reconocer mirando las redes sociales.

He escuchado a varias personas lamentarse por la sensación de vacío que experimentan tras escudriñar por horas las vidas de los otros, sus fiestas, paseos y reuniones donde no están. Pueden mirar pero no participar. Pueden reconocer a varios de los asistentes y creen que podrían haber sido invitados pero no succedió. Son, después de todo, solo conocidos. No son amigos. Entonces luego suelen preguntarse qué es la amistad y cómo es que estas redes sociales nos alejan de las personas en lugar de acercarnos. Y en súbitos impulsos se lanzan en heróicas campañas por salvar la verdadera amistad y se retiran de las redes, no sin antes dejar clara su postura, o anuncian que van a borrar de sus contactos a quienes no son sus amigos verdaderos.

Pues yo no me quejo. Rarísmo pero no. Quizás el cinismo se exacerba con la distancia de la virtualidad. De cualquier modo, por mí está regio tener tantos conocidos y tan pocos amigos. Varias de mis personas favoritas apenas tienen correo electrónico, y a casi todos mis conocidos me encanta verlos solo de vez en cuando. No quiero que me inviten y tampoco invito. Una sola coordenada basta para saber quién es la persona y por qué nos conocemos. O sabemos quiénes somos. Porque conocerse, ni uno consigo mismo, pues.

El malestar de pronto aparece cuando un conocido exhibe en las redes sociales su amistad verdadera con otros. Y pone esas imágenes aleccionadoras con sabios mensajes, etiquetando a los que considera sus verdaderos amigos, como si hiciera falta.

Entonces debería haber camisetas y mensajes en cadena acerca de lo bonito que es conocer a tanta gente sin tener que intimar con todos. Una reivindicación de la relación amistosa casual, que nos hace tanto bien y nos ahorra tantas penas. En la superficie todos somos queridos. Creo que ese nivel de relación intrapersonal es vital para que el mundo funcione. Y luego, cuando me siento miserable o me duele todo, tengo con quien arruncharme y llorar. Pero eso de pronto ya es amor. Quizá la amistad como está concebida no existe. Al menos no en las redes sociales.