La semana pasada leí con voracidad La elegancia del Erizo de Muriel Barbery, un celebradísimo best-seller poli-editado y multi-traducido, que inicié con la desconfianza que me genera todo lo que es demasiado popular. Y una vez terminado, en lágrimas, por supuesto, pasó a ser uno de esos libros que me gusta tener cerca a la cama un rato más después de haberlos terminado, como para prolongar la dicha de haberlos leído.
La reflexión que se esboza aquí tiene que ver con el gusto de las masas. Qué es lo que queremos leer, ver o escuchar. Es más fácil ver una película que leer un libro. Y no me refiero al proceso mental, sino a una transacción económica (el tiempo hace parte de la ecuación, cómo no). Guiarse por el gusto general suele conducir a una experiencia decepcionante, pero hay felices veces en que la gente, la gleba, la plebe, el pueblo, la masa, se pone de acuerdo para celebrar una creación de alguien que nos hace vibrar, llorar, reír, pensar, suspirar, sin que ningún erudito nos lo haya recomendado. Y la satisfacción es deliciosa porque es compartida con miles de almas más. Esa vibración es importante.
2009
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